¿POR QUÉ NO CUMPLIMOS NUESTRAS METAS?
Existen en nuestra vida un sinfín de metas y propósitos que nos hemos planteado y que en más de alguna ocasión no cumplimos. En esta época del año, los propósitos de año nuevo toman una importancia cultural sumamente relevante, ya que es cuando nuestra mente y nuestro espíritu están más dispuestos a generar cambios radicales: dejar de fumar, hacer ejercicio, bajar de peso, mejorar calificaciones, eliminar deudas, hacer una revisión médica, entre tantos otros propósitos que nos podríamos plantear en cualquier momento de nuestra vida.
Sin embargo, la sensación de terminar un año siempre alienta a dar vuelta a la página, cerrar ciclos y volver a empezar, lo cual es un extraordinario pretexto para poner en marcha eso que nos preocupa y queremos mejorar por encima de muchas otras cosas que tendremos que hacer eventualmente, pero no ocupan por ahora un lugar privilegiado en nuestras mentes.
Pero, ¿cuál es el problema con las metas o propósitos? Cuando nos proponemos alcanzar una meta o conseguir un propósito, difícilmente generamos una estrategia bien definida, que implique tiempos, aliados, variables, circunstancias, capacidades, viabilidad y muchas otras cosas, cuestión que hace aún más difícil la consecución de las mismas. Aunado a esto, es raro que contemplemos los pasos a seguir y lo único que esto genera es aumentar nuestra posibilidad de frustración y fracaso.
La probabilidad de frustración o, dicho de forma positiva, la posibilidad de éxito y satisfacción, dependerá en gran medida de la estrategia traducida en pasos. Como ejemplo, imaginemos que el propósito sea llegar a un peso ideal de 70 kg cuando se pesa 90 kg. Dicho así de botepronto, sabemos que eso implica dieta, hacer ejercicio, beber agua y muchas otras cosas. ¿Y dónde está el problema? Lo que ocurre es que estos conceptos son muy ambiguos y habría que hacer varias preguntas para reducir la posibilidad de dejar ese propósito en el limbo.
Imagina que a lo mencionado anteriormente le agregaras un: ¿Cuándo inicias?, ¿Qué ejercicio vas a realizar?, ¿en dónde vas a realizar el ejercicio?, ¿Quién te hará la dieta?, ¿Cuándo será tu cita con el nutriólogo?, ¿tienes el equipo necesario?, ¿puedes realizar ese ejercicio?, ¿Cuál sería tu meta semanal?, ¿Cómo te vas a premiar al conseguir la meta semanal?, etc. Y esto solo por mencionar algunos aspectos que generan que vayas diseñando un plan, una estrategia.
El modelo aplica para cualquier cosa, para todos los propósitos que te hayas planteado o que tengas contemplado plantearte. Cuando no existen estos pasos, el brinco de los 90 kg a los 70 kg implica una distancia de 20 kg, que es muy lejana, por tanto, es muy fácil que experimentes frustración al no alcanzar la meta a corto plazo. Sin embargo, si reduces la meta, por ejemplo, llegar de 90 kg a 88 kg, es muy probable que el éxito sea sencillo de alcanzar y así motivarnos de forma continua hasta llegar a los 70 kg, que era la gran meta. ¿Lo ves?
Todo radica en la estrategia, en el cómo, lo mismo aplica en las metas de ventas, en el crecimiento de un negocio e incluso en la mejora de conducta de un hijo. Un Coach o un Mentor podrían ser perfiles que te ayuden a que generes una estrategia mucho más eficaz.
Ahora sí, define tus propósitos, diseña tu estrategia, y ve por ellos.